Los 30
“Que nada nos defina. Que nada nos sujete.
Que sea la libertad nuestra propia sustancia”.Simone de Beauvoir
Una exhalación blanca se ha posado sobre mi oreja.
Me susurró que me animara a escribir este texto. Llegó a cantarme mis alegrías, mis miedos, los ciclos, y vino a despedir conmigo estos 20’s que me despedazaron más de una vez.
Este es un texto que escribo con el pleno deseo de liberarme con estas palabras y celebrar mi cumpleaños treinta. Celebrarme a mí. Normalmente posteo sobre mis cuidadores, sobre las dificultades, sé que no lo endulzo tanto pero tampoco profundizo, lo que quiero decir es que me pondré ruda, dolida, dolorosa, rabiosa, pero espero que me entiendan, porque es una ocasión demasiado especial. Verán, no pensé que llegaría a los 30.
A los 23 me diagnosticaron metástasis pulmonar, posiblemente muchos de los ojos que estén leyendo estas letras, ya sabían esto porque soy muy transparente al respecto y me dejo acompañar en ello. Pero aquel año, me enteré sola porque estaba muy confiada en que no empeoraría mi caso, porque ya había sido suficiente según yo, así que abrí el sobre sola.
Y temblé sola y berrée sola, me maldije sola.
Sentí la caída libre cuando en una cita médica me dijeron que no podrían ayudarme con el tema de volver a caminar por la metástasis, porque no valía la pena invertir en una nueva pierna para mí porque peras capitalistas y manzanas negligentes así como la maternidad enaltecida en aquella conversación y que mejor buscara cosas paliativas porque solo iba a vivir 5 años.
No pensé que llegaría a los 30.
Sostengan conmigo esa verdad que fue absoluta para mí muchos años. Resistan tantito la incomodidad, y sé por experiencia, que cuando alguien te dice eso, suele invadir la urgencia, la costumbre cultural de decir “pero no sabes cuándo te vas a morir, nadie sabe”, “los médicos no tienen la última palabra”. Entiendo. Hoy al menos, no corran a decirmelo, mañana si quieren sí, no me digan que Dios ha tenido planes para mí, no sean existencialistas de que al final todos morimos y ni al caso tiene la vida o que me queje. O que ni me lo debí de haber tomado a pecho porque LITERAL eso hice y le dije. Comprimí las ideas en lo que le espeté al doctor una vez pude encontrar voz en mi cuerpo.
Le dije que pues va, ok, entendía que no pudieran dar el dinero, que no era él, era el sistema, así que no lo tomaba contra él, de hecho ya he olvidado su nombre y de paso su rostro. Que ok, era mejor dárselo a una mamá de 5 sin cáncer como me dijo, pero que pues, mi vida no era vida como vivía, que él no sabía si iba a vivir 2, 5, 8 o 10 años o al salir me iba a atropellar el Ruta 1, mi vida ya no era digna. En aquel entonces sobre todo.
La clásica alzada de hombros, el no mirar mi rostro, me enseñó estadísticas de muerte por actividad tumoral. El ser reducida a una cifra, sin contexto, sin tomar en cuenta nada, ok, va, entiendo, estoy jodida. No lloré en su cara, le dije “entonces mejor quítenme la pierna porque la verdad ya me estorba” para poder vivir tranquila los 5 años que me decía. Si eran 5 que fueran bien vividos y que me dijo que no sabía lo que decía, “y usted no sabe cómo vivo yo, llegué arrastrándome”. Me mandó a una evaluación psiquiátrica. No salí triste, no, oh no, salí emputada y decidida a que iba a vivir más que esos pinche años. Lloré en el auto sí, pero del coraje.
Estaba bien enojada porque sentí que estaba haciendo “mi parte” que estaba manejando esplendorosamente bien el tema de “ser enferma”, mantenía el deseo de continuar con mi vida. Yo salí de mi primera cirugía y lo primero que hice fue hacer planes: “haré mi maestría, mi licenciatura que quería, a bailar, vamonos a playa del carmen”, mi recuperación parecía tener una meta final, aunque se había postergado en los últimos meses y ya había aprendido a lidiar con la frustración de no saber a qué hora vas a mejorar o cuándo podrás “retomar tu vida”, esta condena provocó que yo viera esa meta ya más cerca, pero definitiva. Todos somos finitos, sí, ya sé, no me quejo y no me dolió eso, me encabronó que me agarró tan desprevenida que sus palabras desvanecieron mis planes, mis expectativas, corrí a zambullirme en en la frase de “vive el día al máximo porque no teníamos la vida comprada”, me dije “orale, a vivir el máximo porque ni comprada y ya la tienes más que cantada”.
Aquel día, ya que mi pareja y mi madre me habían dejado, sentí el peso de todo, el sinsentido, el dolor, el cansancio. Ahora tenía que vivir al máximo, a superar esos 5 años, disfrutarlos y sanar, retomar mis planes, gozar la vida, comer rico. Sí, iba a hacer de todo. Sonaba precioso pero solo me provocó unas ganas inmensas de explotar. ¿Cómo iba a hacer todo eso con esta estúpida idea en mi cabeza? Como acostumbro, me reí. Y colándose por mi sonrisa no me di cuenta cuando comencé a ahogarme entre mis lágrimas.
No imaginé que llegaría a los 30 años.
“Miranda, pues en la vida hay que aprender a soltar los planes, nada sale como quieres, la vida es impredecible”, ya sé. Estoy de mala enferma aquí. Miren yo solita fui la primera en pasar esa idea a segundo plano. Soy la voz más fuerte en mi cabeza respecto a que nadie sabe cuándo morimos, a que las pequeñas cosas de la vida, a que no soy mi enfermedad, el hoy, el ahora, les comparto esto o este contexto porque quiero decirles algo que casi nunca digo: estoy cansada. Quiero decirles que fue una década cansada. Quiero decirmelo, quiero dejar vestigio en algún lado que fue jodidamente cansado lidiar con todo lo que tuve que hacer. Y lamentablemente las palabras de ese, ahora extraño, penetraron lo suficiente en mí para atormentarme con fuerza hasta 2019.
Porque dejé de hacer planes, “ya para qué”, hay que vivir el momento. Tomé decisiones bien estúpidas, me vinculé profundamente con personas solo por sobrevivir, porque “ya mero me muero, mejor vivo al máximo” y lo que decidía, e incluso deseaba, tenía que ver directamente con esta idea de “este puede ser el último año”. ¿Pero en serio hice lo que quise? Seguiré reflexionando pero, sí me sentí con un incesante tic, tac, mucho tiempo.
Gracias a retomar el hábito de la lectura y mi creciente trato con mujeres, procuro hablarme con cariño y honrar la que fui. Porque la verdad me la volé a los 23 años respondiéndole a un doctor que no era nadie para ponerme un deadline jaja, literal. Pero el coraje que generé ese día fue suficiente para impulsarme por una década. Por una década en la cual sangré por todos lados, física, anímica y espiritualmente porque tuve dolores ajenos a mi salud que del coraje, de la tristeza, me hicieron pensar “no, claro que el cáncer no me lleva, será esté pinche coraje de la chingada”.
Todo me llevaba amix, pero nunca me dejé. Porque siempre he amado la idea de la libertad y todo esto para mí ha sido un intento por aprisionarme pero va en mi naturaleza ir al lado contrario.
Y no fui consciente de esto hasta que mi amistad -un apodo que tiene un amigue- escuchó mi historia, lloró y me dijo “nunca había conocido a una persona con tantas ganas de vivir”. Me aguanté pero cuando colgamos el zoom me salieron mis lagrimitas. Sí, jaja. Otras me han honrado en estos días con sus palabras de admiración a mi camino y su amora y la verdad, me gusta estar viva, la verdad que sí. Con todo lo que comprende. Me gusta estar por acá. Cansada. Disca. Enojada por dentro porque ya no puedo hacer muchas cosas. Existencialista. Confusa. Contenta con lo que se tiene. Todito. Sí.
Ya me han dicho dos veces más que me puedo o voy a morir, pero además de que ya me lo dijeron feo, concluí que su impacto fue menor porque como dice una frase que encontré en internet -o si se saben el autor/a me dicen-:“la honestidad sin empatía es crueldad”. Esos dos doctores con los que he vuelto a hablar sobre mi muerte, me presentaron su verdad al menos mirándome a los ojos. Y así estamos parejos.
¡Qué década! Esta vez no voy a dedicar párrafos a agradecer, lo hago seguido, lo seguiré haciendo, lo hago directamente con cada persona que ha contribuido en mis cuidados, así que no siento que deba agradecimientos en esta ocasión.
Me debo palabras relacionadas con el hartazgo, la desdicha, el dolor, todo lo que hace una enfermedad a la cuerpa, al entorno, y un pequeño vistazo a una tormenta interior tan presente en mis veintes. Y espero que este haya sido un un pequeño intento al menos, porque el romantizar la enfermedad y otros prejuicios más suele ser muy común. Me fue una joda, es una joda y es complicado. Honro mi sufrimiento.
Y bueno solo tenía dos metas en mis veintes: volver a caminar y llegar a los 30. Así que creo que ya me debo desear, soñar, planear, sin pensar en que quiero hacerlo para sobrevivir. En que la vida se me va a ir pronto. En que tengo que disfrutar al máximo porque ya me la cantaron. Nada. Voy a cantar yo lo que quiera, porque quiero. Y la verdad creo que como por tantos años he decidido considerando la supervivencia, creo que ya no vendrán decisiones viscerales y mejor intento decidir, soñar y planear sin pensar en “para qué, igual me muero pronto”.
Me asusta cambiar mi pensamiento pero ya lo decidí así que para allá iré.
No siento que tenga que retomar lo que quería a los 23, mejor me dedicaré a explorar y descubrir qué quiere hacer la Miranda de los 30. Seguir sanando, soltando, bajarme de mi modo supervivencia, un proceso que inicié consciente desde finales del 2019. Aún me falta.
Por cierto, empecé poética hablándoles de una exhalación blanca descansando sobre mi oreja, y me refería a mi primer cana:
Así como jamás pensé que llegaría a los 30, nunca me imaginé conocerme canas. Esta fue la primera, días antes de mi cumpleaños 30. Y fui la más feliz. Aquí sigo. Encontrándole sabor, disfrutando con ustedes, compartiendo letras, momentos. Y sí también con muchos pinches corajes, más cansada unos días que otros, trabajando.
Ya llegué a los 30, y me libero de sentirme perseguida, que tengo que hacer algo en el “tiempo que me queda”. No tengo que hacer nada. Quiero vivir libremente y encontrar lo que eso significa para una cuerpa como la mía.
Lo he hecho bien, con las herramientas que he tenido, me he adaptado lo mejor que he podido. Enojada porque ya no disfruto mucho dormir porque es una ceremonia engorrosa. Feliz que la cuerpa me da para viajar y estar con los míos. En contraste siempre, pero aquí. Me colma la alegría, agradecimiento entre el cansancio y los corajes.
En fin, aquí lo dejamos por hoy, me voy a seguir llorando porque estoy viva.
Felices 30 a mí.